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"Nadie educa a nadie; nadie se educa solo; los hombres se educan entre si, mediatizados por el mundo."
Paulo Freire

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domingo, 15 de julio de 2012

Los buenos padres preparan a sus hijos para el aplauso, mientras que los padres brillantes los preparan para el fracaso

Este hábito de los padres brillantes contribuye
a desarrollar en sus hijos: motivación,
audacia, paciencia, determinación, capacidad
de sobreponerse y la habilidad de crear y
tomar ventaja de las oportunidades

Los buenos padres preparan a sus hijos para recibir aplausos; los padres brillantes los preparan para afrontar sus derrotas. Los buenos padres educan la inteligencia lógica de sus hijos; los padres brillantes educan su sensibilidad.
Estimule a sus hijos a tener metas, a tener éxito en la escuela, en el trabajo y en sus relaciones sociales, pero no se detenga ahí. Ayúdelos a no tener miedo de sus fracasos. No hay podio sin derrota. Mucha gente no llega al podio no porque no sea capaz, sino porque no ha aprendido a superar sus fracasos a lo largo del camino. Mucha gente no puede brillar en el trabajo porque se rinde al primer obstáculo.

Algunas personas no tienen éxito porque no han tenido la paciencia de aceptar un "no", porque no tienen la osadía de enfrentar algunas criticas ni la humildad para reconocer sus errores.
La perseverancia es tan importante como la habilidad intelectual. La vida es un largo camino con curvas impredecibles y derrapones inevitables. La sociedad nos prepara para los días de gloria, pero los días de frustración son los que dan significado a esa gloria.
Revelando madurez, los padres brillantes son modelos para una vida victoriosa. No piensan que una vida exitosa sea una vida infalible. Ganar no siempre significa estar en lo correcto. Por eso es que son capaces de decir a sus hijos: "Me equivoque", "lo siento" y "te necesito". Son fuertes en sus convicciones, pero flexibles para admitir sus fragilidades. Los padres brillantes muestran que las flores más hermosas son las que florecen después de los más crudos inviernos.

Los padres que no tienen el coraje de reconocer sus errores nunca enseñarán a sus hijos a enfrentarse a sus propios errores y a crecer con ellos. Los padres que admiten que siempre tienen la razón nunca enseñan a sus hijos a trascender sus propios fracasos. Los padres que nunca se disculpan jamás enseñarán a sus hijos a lidiar con la arrogancia. Los padres que no revelan sus miedos siempre tendrán dificultad para enseñar a sus hijos a encontrar, a través de la pérdida, la oportunidad de ser más fuertes y experimentados. ¿Hemos actuado así con nuestros hijos, o sólo hemos desempeñado las obligaciones triviales de la educación?

Dr. Augusto Cury

1 Escribe aqui tu comentario:

nilse servin dijo...

Excelente!!

Hay que enseñar tanto a los hijos como a los alumnos a enfrentar los obstáculos y superarlos y no simplemente protegerlos siempre de tener que caer.
La hazaña está en que si los hijos se caen puedan levantarse más fuertes!

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